La reelección de Vladímir Putin como presidente de Rusia ha sido todo menos sorprendente, ya que el líder obtuvo el 87,32% de los votos en unas elecciones con una participación del 77,44%. Estas cifras abrumadoras han consolidado su poder de forma casi vitalicia, uniéndose al selecto grupo de líderes con un apoyo electoral abrumador.

A pesar de estas cifras astronómicas, los dirigentes rusos han mantenido la seriedad ante el resultado de las elecciones, en un periodo turbulento para Rusia debido a tensiones con Occidente y sanciones económicas. Alemania y Reino Unido no han reconocido los resultados, y la oposición rusa ha pedido a la comunidad internacional que declare ilegítimos los resultados.

Putin ha relacionado su victoria electoral con la defensa de los intereses de Rusia, asegurando su posición en el poder frente a amenazas internas. Sin embargo, se espera una resaca postelectoral cuando se relajen las medidas económicas adoptadas por el Gobierno, y existe preocupación por un posible engaño a la población en cuanto a las promesas de campaña.

Este resultado electoral ha marcado una ruptura con las convenciones occidentales, y ha generado presión para mejorar los resultados electorales tanto desde arriba como desde abajo. Sin embargo, para la élite rusa, este resultado actúa como un mecanismo de alerta frente a posibles cambios en el futuro cercano.